Un refugio antiwifi

John Denver cantó que West Virginia es almost heaven (casi el cielo); para algunas personas, en todo caso, es el único cielo posible. Ahí, entre las montañas de ese Estado norteamericano, facilitado por la orografía y obligado por ley, está la única zona de Estados Unidos libre de wifi. 


Es el único refugio seguro para el 5% de estadounidenses que creen sufrir hipersensibilidad electromagnética. Son los leprosos tecnológicos», como se llaman a s mismos algunos de los que se han trasladado allí, aunque los contagiosos no sean ellos, sino el resto de la sociedad: teléfonos móviles (hay 5.000 millones de móviles en el mundo), tabletas y otros aparatos pueden llegar a ocasionarles verdadero daño. La Zona Tranquila (National Radio Quiet Zone) son 33.000 kilómetros cuadrados establecidos por el Gobierno de EE.UU. en 1958 para excluir su espacio de la transmisión de comunicaciones y así optimizar el trabajo de una serie de antenas militares y de espionaje y también de un gran telescopio astronómico que recoge ímputs llegados del universo.


Para captar señales de satélites o estrellas se requiere que alrededor haya un apagón de las señales terrestres. Ese vacío de ondas es el que buscan algunas de las personas alérgicas al wifi, sobre todo en las proximidades del punto de mayor silencio, el Observatorio Nacional Astronómico de Radio, en Green Bank. En esa pequeña población, en el corazón de las montañas Allegheny, viven 143 personas. Diane Chou es una de ellas. Sufre de hipersensibilidad electromagnética, una condición cuya base real es discutida y cuyos síntomas van de dolores de cabeza agudos a quemaduras en la piel, tics musculares y dolor crónico. Se mudó a Green Bank porque no quería vivir en casa encerrada como una prisionera. Para evitar molestias por la exposición a campos electromagnéticos, su marido le construyó un espacio asilado conocido como jaula de Faraday (es el efecto que se tiene, por ejemplo, en un ascensor, donde en ocasiones no funcionan los teléfonos móviles), según ha declarado a la BBC. Pasaba gran parte del tiempo allí dentro; incluso había metido un colchón para dormir. Sus síntomas eran tan severos, atribuidos por la familia a una antena de telefonía móvil instalada cerca del domicilio, que decidió abandonar la casa y se marchó a vivir a Green Bank. Vivir aquí me permite ser una persona normal. Puedo estar fuera y no necesito esconderme en una jaula. Puedo ver amanecer y las estrellas por la noche, y estar bajo la lluvia, afirma. Aquí puedo estar con gente, porque la gente no lleva móvil.


ÁREA LIBRE DE POLUCIÓN ELECTROMAGNÉTICA


Los responsables del observatorio astronómico, una formidable estructura de 100 por 110 metros, se preocupan precisamente de recorrer la zona controlando que se trata de un área libre de polución electromagnética. En las partes más alejadas de este epicentro se admiten señales emisoras de radio y telefonía móvil si operan a baja potencia, pero en Green Bank están prohibidas, como el wifi. Incluso las líneas eléctricas tienen que circular a 1,20 metros bajo tierra. En el propio observatorio, como recogía hace un tiempo la revista Wire, el microondas de la cafetería está metido en una caja blindada. A un vecino se le tuvo que cambiar la almohadilla térmica que tenía para el perro, porque el desgaste había cuarteado el cable y eso provocaba unas pequeñas descargas eléctricas que, sin ser lo suficientemente fuertes para afectar al animal, estaban produciendo una señal de radiofrecuencia.


En esta área montañosa, otros se han aislado aún más, yendo incluso probablemente más lejos de lo necesario en sus prácticas preventivas. Nichols Fox es una mujer de 70 años que vive en una casa alejada. Confesó a la BBC que apenas usa la electricidad: la nevera funciona con gas, lámparas de queroseno iluminan la casa y el fuego de leña da calor. Un termostato puede encender estufas eléctricas si la temperatura baja en exceso. Entiende el escepticismo con que muchos acogen la hipersensibilidad electromagnética, porque ella misma tardó muchos años en convencerse de que su dolor y fatiga se debían a la radiación emitida por su ordenador. Al final, cuando aún veía la televisión, el dolor se iba y volvía cada vez que le daba al mando a distancia, asegura.


Autor:   Emili J. Blasco

Comentarios